En aquella oscuridad, que no era más que tumulto y mentes escondidas, se alzaban encriminadores, todos santos y todo artista es un pecador. En aquella oscuridad en que me volvía un cangrejo sin armadura, sin fuerza y sin consciencia de realidad, estaba parada yo, con las piernas temblorosas, con el recuerdo de una espalda derecha y de concentrarce en lo esencial.
Todo parecía ser tan firme y a la vez tan fugaz; vibraciones omnipotentes me inundaban sin mayor cavilación, intensas, muy intensas, se apoderaban del aire y de toda la fluidez de mi sangre, se llevaban las notas, los acordes, las personas que pasaron frente a mí y sólo afloraba en mi rostro una gran sonrisa, risa y alegría, euforia si hubiese sido posible en aquella masacre, pero allí estaba mi sonrisa, la alegría de sentir todo eso, de estar tan a la interperie y poder sobrevivir y disfrutar estar allí, de sentir que estaba viva y que era posible seguir estándolo, que sin importar cuán sola estaba en la 'veradera' realidad, estaba tocando con muchos la misma melodía: no estaba sola.
Con cada acorde la excitación subía, se iba toda pena, era yo quien estaba parada ahí disfrutando ante muchos lo que realmente me motiva, estaba diciéndoles a ellos que yo quería estar ahí, que esto soy, que yo también puedo ser feliz, que sin importar que aquellos a quienes amé estén de la mano con otra mujer, trofeo de su 'admirable hombría y seducción', yo estaba muy bien con o sin ellos.
Necesitaba esto, realmente lo necesitaba, no hay mayor cosa que me devuelva la vida como aquel momento... pero, siempre hay un pero.
La policía del karma ( como cuenta una de las canciones de Radiohead) actuó y me arrestó.
Me bajé del escenario, las luces se prendieron, los encriminadores se volvieron individuos y la banda ya era un grupo cualquiera disgregado entre la multitud. No hubo personas que aseguraran la caída a la realidad y entonces se esfumó toda alegría y se revirtió en forma de pena, de angustia, ansiedad y lluvia de ideas acuchilladoras. No había pájaro en mano ni cien volando, era yo, mi caparazón y la multitud moviéndose, nada más.
Propuestas olvidadas, rencor enlistado y pena desgarrada, justificada a cada segundo.
Entonces, se decide bajar del auto, mojarse y seguir con la lluvia sobre la cabeza, pisando posas y caminando a ras de suelo a paso acelerado, seguir a los 'amigos', reírse de cualquier cosa, todo para no apenarse y tratando de recuperar el tan anhelado elixir de la vida...
Un rico pan con hamburguesa y queso, bebida y sinismo agradable, ¿de qué tan majestuosa orquesta estaba siendo yo parte? Mi lugar no era aquí, pero la hora indicaba que ya no quedaba lugar para mí en otro que no fuese ése.