Sentada sobre una silla observando el sutil y frágil movimiento de una rama en flor, me quema un tanto aquel sol exterior. Quisiera al menos no tener estos oscilamientos tan descomunales y sentir que cada paso que doy es seguro y mío, que la tierra que piso se impregna de mi fragancia y me da alas para soltar una risa loca y algunas ideas nonatas, aunque sea.
Mi piel se ve invadida por el frío y de a poco se tensa para tratar de convertir algunos miles de vellos en espinas. Tengo miedo a la soledad y tengo miedo a esta exquisita sensación de estar con las personas que llevo dentro y me llevan en sí también. Mañana... ¿probará alguien un bocado de mi cocina?, ¿será alguien tan amable de interrumpir mi obsecionante quietud y orden?
Aborrezco tenerme a mí sola para llenar mi día, porque soy incapaz de encontrar mi risa aunque fuerce mis margaritas. Ojalá que por llorar y mirarme al espejo sintiera un poco de aversión a mi cara y me produjera una explosión loca de extrañeza a mí misma.. sin embargo me conozco tan bien esa cara que tan solo continúo con mi deshidratación interna.
Qué pasa que de pronto camino y este aire seco me afecta tanto.. qué pasa.
De repente me dieron ganas de no estudiar, no ordenar ni dejar todo limpiecito... de repente me dan ganas de dormir mucho, pero tan sólo dormir como todos y no como algunos, tan solo cerrar los ojitos y desconectarme de la vigilia, tan sólo esperar que el celular suene y saborear una vida limpiando y haciendo cosas, tan solo para amainar mi alma y un poco la de aquellos que me extrañan.