La vida me cuenta secretos:
Que un soplido iracundo
inunda mi triángulo de vida,
en donde yacen mi madre,
mi padre
y mi hermana
frente a una ventana hecha tiras.
Que los días de ayer
angustiaron mil gargantas,
en que se clavaron cuchillos
de infancias corrompidas.
Que la naturaleza se aparta del humano
y da rienda suelta a su pobre silueta.
Le deja ser desaforado, lunático,
sin paga por haber nacido con los ojos abiertos,
sin compasión por desear sentarse lejos
de los peldaños azulejos.
Por ello, cada amanecer se convierte en una noche de acopio de humanos,
de fatiga de estar moviéndose etéreo entremedio de la gente.
Y entonces, por unos momentos, esa tenue aparición de vida se queda muda,
desorbitada la espero a que me bese las manos,
que se derrita en mis hombros
y oriente este pálido hálito que se encumbra hacia tierras sin aire,
donde he de hacer más fuerte la sangre en mis venas.
Me sostengo en la posibilidad de engrandecer mis pupilas
para encontrar un fulgor de existencia
quebrantada por olas de tiempo y espacio
Me sostengo en la idea de hacer cavilar mis creencias
y explayar mi mente para moldear mis acciones.
Es en las quimeras cuando se despierta la energía
que mueve el deseo de sostener algo mejor para mañana.
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